Una curiosa leyenda  relata que Baco, dios del vino, siendo aún  muy joven se encontraba de viaje hacia la ciudad de Naxia. Sintiéndose  fatigado se detuvo en el campo a descansar. Entonces, vio a sus pies una  planta que apenas sobresalía del suelo y cuya curiosa forma le pareció  hermosa. Sin pensarlo mucho, decidió llevarla consigo para plantarla en  su casa. La sacó de sus raíces y emprendió nuevamente el viaje. Pero el  sol pegaba muy fuerte y la planta corría el riesgo de secarse. 
Así, con  el ánimo de protegerla, tomó un hueso de ave que halló en el suelo y  puso en su interior el tallo. Sin embargo, la mano de Baco era tan  fértil que pronto la planta comenzó a crecer y sus raíces sobresalieron  del envoltorio óseo. Miró a su alrededor y divisó un hueso de león,  bastante más grande. Lo tomó y puso la planta en su interior sin poder  deshacerse del hueso de pájaro que ya estaba atrapado en las raíces de  la planta. A poco andar se percató de que éste había vuelto a crecer y a  sobrepasar el hueso de león y nuevamente sus raíces corrían el riesgo  de secarse al sol. Entonces, tropezó con un hueso de asno que le sirvió  una vez más de envoltorio, sin poder retirar los dos anteriores. Y así  llegó a su destino, con la planta en el hueso de ave, el de león y el de  asno. Al querer transplantarla en su casa no pudo quitar ninguno de los  tres y decidió enterrarla tal como estaba. Al poco tiempo creció y dio  como frutos unos granos oscuros. El dios los dejó madurar, los cogió con  cuidado y los prensó para extraer su zumo, el que le pareció un néctar.  Así, regaló la planta a los hombres y les enseñó la viticultura.
Los humanos que bebían el vino con moderación no tardaban en ponerse alegres como pájaros y, como ellos, cantaban y disfrutaban de la vida. Si continuaban bebiendo el néctar de Baco, adquirían la bravura de un león. Pero, si confiando demasiado en la fuerza adquirida se aficionaban al vino, terminaban con la cabeza gacha y se entregaban a toda clase de acciones poco inteligentes, como un asno. Baco recordó entonces los tres envoltorios que usó para proteger la planta y se dio cuenta que cada uno de los huesos había transmitido la característica de cada animal al fruto.
